Sincronía
El griego entiende por sincronía una coincidencia en el tiempo. El prefijo syn (juntamente, junto, con) añadido al término kronos (tiempo) designa la citada casualidad temporal como espacio de confluencia. Y es en este lapso donde coinciden también el ritmo propio del individuo y el externo que impone la realidad que nos envuelve.
En estos días de confinamiento más que nunca, hay que buscar una sincronía de ambos, el ritmo interior y exterior, el natural y el ajeno; solo así, la vida puede seguir su curso con cierta o relativa fluidez. El escenario obliga a una necesaria y calculada desaceleración, a la que no estamos acostumbrados en una sociedad donde la velocidad de los procesos se ha convertido en uno de los bienes más preciados. La urgencia o la rapidez son síntomas de una neurosis que busca desesperadamente cazar la eficiencia, la inmediatez y la simultaneidad a cualquier precio.
Pero se ha demostrado que este no es un ritmo humano; se trata más bien del fruto de un modelo de desarrollo que antepone el crecimiento mantenido y el beneficio económico a la salud del individuo. Hoy, la inevitable desaceleración a la que nos enfrenta el coronavirus nos sitúa, a pesar de la reclusión, ante un escenario diferente, antiguo en cuanto a percepción temporal, humano, que a su vez descontamina el planeta. Un escenario de lentitud y tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas y de las relaciones familiares poco trabajadas hasta la fecha por la cantidad de obligaciones y compromisos. Un ritmo sin ruidos, o con los mínimos, que frena los entrenamientos y activa la mente. Probablemente entrenemos más, más regularmente pero durante menos tiempo. Y es esta nueva velocidad impuesta la que, si aprendemos a sincronizarla con la propia, nos enriquecerá como seres. No hay tiempo para el aburrimiento o la desesperación ante el querer y no poder. Resulta más atractivo disfrutar del momento. No sé vosotros…