19-03-2024

LA REFLEXIÓN DEL LUNES

 

Tedio

«Aburrirse es malo», sentencia el sistema capitalista. El tedio, al igual que la espera, no puede tener cabida en una realidad, la nuestra, que destaca por su carácter productivo e inmediato. Lo dicta la economía: hay que producir continuamente, sin descanso; crecer indefinidamente. Bajo este enfoque todo se reduce a lo mensurable donde números absolutos y relativos, porcentuales, exponenciales y otros productos de la matemática se unen para crear soluciones de éxito o fracaso. Hasta la consideración personal se construye en base a registros de velocidad, tiempo en carrera y clasificación, a notas académicas y demás puntuaciones.

El secular e italiano -y por extensión, mediterráneo- dolce farniente forma parte del pasado. Gandulear está hoy proscrito; la inacción percibida como acto marginal, la contemplación como actitud supérflua, el paseante extinguido, y el verbo vagar se desvanece en el ajetreo cotidiano. Hay que ocupar el tiempo libre distrayendo la mente. De aquí los mil y un gadgets de la tecnología, la pujanza del entertainment, la maraña de las redes sociales que atrapa e hipnotiza, que banaliza las relaciones personales, anula el sentido crítico y proyecta la atención hacia el exterior, mientras que inhibe la acción introspectiva.

En las sesiones de entrenamiento doméstico a que nos obliga el confinamiento, el supuesto tedio del rodillo se vence mediante una intensa ofensiva de música y vídeos, y en el caso de los deportistas más sofisticados, con programas interactivos de competición grupal, Mientras, los pequeños de la casa se encuentran literalmente empotrados a pantallas y abducidos por el juego en directo de sus gamers favoritos.

Pues bien, sumido en este escenario, ayer subí a Javalambre. Sin salir de casa, la carretera se me presentó regular, solitaria, elevándose sobre la planicie turolense que se extiende entre el puerto de Escandón y Barracas. Con el transcurso de los kilómetros, los pinares dejaron paso a una geografía abierta, árida, poblada de sabinas rastreras, pedregal y poca cosa más, prueba de la incidencia de una climatología severa. Alguna rampa, aunque puntual, rozaba el 10%. En la cumbre la pequeña estación de esquí seguía aferrándose a un turismo condenado a muerte por el cambio climático. En total, me costó 1 hora 20 minutos en el rodillo. Sin música, sin distractores, sin voluntad de escapar al tedio del ejercicio estático, sino uniéndome a él. Durante esta sesión, contemplaba el movimiento de pedales y piernas con una cadencia rítmica; revivía mentalmente cada tramo del ascenso y lo asociaba a una intensidad de esfuerzo. La atención, focalizada en el dolor de piernas, me anclaba al aquí y ahora, al espacio de reclusión. Pero a su vez, conectaba mis pensamientos, al visualizar cada tramo de este ascenso virtual, con la experiencia de aquella geografía vacía. Sin música, sin pantallas. El tedio se convirtió ayer definitivamente en mi mejor aliado.

Texto: Eliseu T. Climent / Revista TRAIL
Fotografías: Quim Farrero / Revista TRAIL

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