«Yellow River Stone Forest 100 Kms Trailrun»
21 corredores perdieron la vida en una tormenta
El pasado fin de semana la noticia de la que hasta ahora ha sido la mayor desgracia del mundo del trail, corrió como la pólvora en todos los medios del mundo, especializados o no (tiene ya incluso una entrada en Wikipedia: “Gansu ultramarathon disaster”).
Al norte de China, cerca de la frontera con Mongolia, un cambio en la meteorología llevó a la muerte a 21 corredores de un total de 179 que tomaron la salida en una prueba de 100 kilómetros.
Una desgracia en toda regla ante la cual lo primero que hay que hacer es lamentar las pérdidas y dar todo el soporte moral posible a los afectados.
Pero más allá de formalidades, es importante sentarse a reflexionar un poco y valorar el suceso.
En primer lugar, y a pesar de la magnitud en este caso extraordinaria, no es la primera vez que algo parecido sucede; todos tenemos en mente de desdichada edición de 2012 de la entonces llamada Cavalls del Vent, pero ya en 2008 nos hacíamos eco en nuestro editorial de las dos víctimas por hipotermia en julio de ese año durante un kilómetro vertical en el Zugspitze, en Alemania, por citar dos ejemplos. Y, a pesar de todo, si nos atenemos a las estadísticas y no nos dejamos llevar por el impacto del momento, el trail es un deporte mucho más que seguro.
Pero ante una situación que nos supera solemos buscar responsables. Quien sea. Es así desde que el ser humano existe como tal.
El mal tiempo siempre puede llegar a superar las capacidades de nuestro equipo.
Frente a un hecho de este tipo, y de una forma u otra, todo el mundo tiene su teoría orientada a la búsqueda de ese responsable por un lado, y a ver cómo se podría haber evitado por otro. Es obvio que hay que analizar lo sucedido para buscar fórmulas que minimicen este tipo de situaciones, pero hay que tener claro también que el verbo será siempre “minimizar”.
El primer objeto de análisis se orienta a las capacidades de la organización. Es fácil acusar a la organización como catalizador del desastre, pero hay que ir con mucho cuidado, porque es necesario disponer de mucha información antes de emitir juicios. Es fácil acusar de hacer caso omiso o relativizar un parte meteorológico para poder celebrar la carrera, pero a ningún organizador, profesional o no, le interesa enfrentarse a un desastre como éste (ni como ninguno) por mucho dinero que haya en juego. Ese debería ser un primer factor a considerar. Otro es que la organización no es un ente mágico que pueda desplegar en segundos cualquier dispositivo salvador que nos teletransporte a un lugar seguro. Ninguna organización puede. Incluso el simple hecho de tener un control en un punto aislado no garantiza nada más que la posibilidad de poner también en peligro a los voluntarios que deban estar allí: un punto de control, sin posibilidad de evacuación, sirve para poco en una situación como la que nos ocupa. Cuantas quejas habremos oído porque, en su momento, Ultra Pirineu modificó su itinerario haciendo bajar a los corredores hasta Bellver de Cerdanya;: una decisión puramente vinculada a la necesidad de disponer de un punto de evacuación seguro y efectivo ¿Quiere esto decir que la organización no tiene ninguna responsabilidad? No. Por supuesto que la tiene, pero dentro de unas limitaciones razonables. Y en estas situaciones es cuando una buena organización sale a la luz. Ante esa corriente popular de quedar contentos porque el avituallamiento era completo, las cintas estaban en su lugar, nos han aplaudido en meta y, sobretodo, la carrera era barata, tendríamos que empezar a pensar en cuantas organizaciones saben en cada momento cuantos corredores tienen en carrera y dónde los tienen…Nos sorprenderíamos con la respuesta (o no).
La falta de visibilidad es gran parte del problema en caso de mal tiempo.
¿Y el corredor? Sin pretender descargar a la organización de la parte de responsabilidad que le corresponde, hay que empezar a asumir que el responsable último es el corredor. Siempre. Es él quien decide ir o no ir, darse la vuelta o no, y llevar un material u otro, todo ello en base a su experiencia y prescindiendo de lo que le digan. Es la montaña, y esto, aunque cueste de asimilar, es así. De nada me servirá ante un problema, pensar que la organización “sólo me había recomendado llevar un cortavientos, no me obligó” Por favor, somos mayorcitos. En montaña, carrera o no, el material debe sobrar, ya vale de discutir con jueces haciendo pasar unas medias de mujer por mallas térmicas y sandeces por el estilo.
Pero más allá de cualquier responsabilidad y de la aplicación del sentido común, está la montaña. Y allí, todos estos absurdos conceptos humanos no cuentan para nada y a veces, pocas por suerte, la montaña superará con creces a nuestra experiencia, nuestra forma física, el material que podamos llevar y las capacidades de los equipos de rescate.
En el caso que nos ocupa, y en base a los que sabemos, estamos hablando de una carrera de cien kilómetros, una distancia que la mayor parte de sus participantes están capacitados para recorrer, prescindiendo del tiempo empleado. El drama se desata en el primer tercio de carrera, donde por un lado los corredores aún van frescos y, más o menos, agrupados. Al parecer además, estamos hablando del grupo de cabeza, dado que entre las víctimas hay corredores de mucho nivel. En esos escasos diez kilómetros entre el veinte y el treinta, no uno ni dos ¡Si no veintiún corredores llegan a morir de frío en pocas horas! Las condiciones debían ser dantescas, tanto que, probablemente, la solución no estuviera en una chaqueta de quinientos gramos en lugar de un cortaviento de cien. La única solución era no estar allí a la intemperie en ese momento. Ya está. A veces, ni los partes son tan precisos, ni el material tan infalible y en este caso, qué sabían o no organización y corredores no está claro.
Y todo esto sucede la semana en que se ha estrenado el extraordinario documental “Balandrau: l’infern glaçat” (Balandrau: el infierno helado) sobre la tragedia acaecida en el Pirineo el 31 de diciembre de 2000, en que murieron 9 personas en pocas horas a causa de una tormenta repentina. Un impresionante documental de obligada visión a cualquiera que le interese la montaña.
Todas ellas eran gente experimentada y bien equipada. Todas. Y, desgraciadamente, murieron por estar en el lugar incorrecto en el momento equivocado.
Porque la montaña puede y, a veces, quiere.
Texto y fotografías: Quim Farrero
Mapa: Creative Commons CC0 1.0 Universal Public Domain Dedication