El pasado sábado 14 de septiembre el pueblo de El Brull (Barcelona) acogía la salida de la mítica Matagalls-Montserrat. La marcha, que en esta ocasión celebraba cuatro décadas de existencia, reunió a casi 3.000 participantes entre caminantes y corredores.
En cifras, se resume en 82 kilómetros y 24 horas como tiempo límite para cubrir el espacio que separa la montaña del Matagalls, en el macizo del Montseny, del Monasterio de Montserrat. La Matagalls, como se la conoce popularmente, ha acabado ganándose el calificativo de prueba reina de las marchas senderistas y el aprecio de muchos corredores de trail por ser esta cita una predecesora de las ultras. El carácter no competitivo, más relajado y festivo que cualquier carrera, no borraba de la mente de los participantes la dureza de un recorrido que año tras año ha ido cambiando en sus kilómetros iniciales los senderos por pistas para evitar los poco agradables colapsos.
El sábado 14 a las 15’00 horas se daba la salida oficial en grupos de 40 personas, no sin antes haber brindado una salida de honor a los veteranos de más de 70 años. Entre ellos, los había que alcanzaban los 80 y algunos que la habían repetido más de 20 veces. En las antípodas, algunos jóvenes de 15 años acompañaron a sus padres en la travesía. Hubo quienes se aferraron al crono para recordar que la Matagalls-Montserrat hizo un grato servicio al trail cuando todavía no existía la larga distancia: entre los corredores, Genís Zapater fue quien consiguió el tiempo más rápido, 8h54:30, sin por ello subir a podio ni recibir medallas.
Buen ambiente en la cuneta
Como viene siendo habitual en esta última década, los acompañantes y seguidores abundaron a lo largo del recorrido, en controles y avituallamientos, provocando en alguna ocasión problemas de tráfico en las estrechas carreteras de montaña. No faltó quien sacaba las sillas playeras para esperar pacientemente, o quien montó un verdadero avituallamiento paralelo, con mesas, sillas y auténticos banquetes. Gente de los pueblos apostada a las ventanas y cunetas repletas en cruces estratégicos fueron la tónica. Se mezclaban quienes esperaban a familiares y amigos con los que se habían acercado para respirar el ambiente y proyectarse celosamente en los andarines y corredores.
Para minimizar el impacto provocado por la movilidad, la organización puso un servicio de autocar que permitió a los participantes dejar el vehículo en el punto de llegada y desplazarse en transporte colectivo a la salida. A dicha medida, se unía otro gesto por la sostenibilidad y el respeto medioambiental: la eliminación de vasos de plástico en los puntos de avituallamiento, teniendo cada participante que transportar su vaso.
Una experiencia geográfica
El verdadero atractivo de la Matagalls es la experiencia geográfica que se vive al realizarla. No se trata de una prueba donde el objetivo sea acumular kilómetros, sino de un recorrido que posee un sentido geográfico: une dos puntos emblemáticos de la geografía barcelonesa, el macizo del Montseny y el de Montserrat. En este viaje, se atraviesa además parajes de una belleza excepcional, como los cingles de Bertí o el Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i la Serra de l’Obac.
Precisamente, al pie de este último se encuentra el pueblo de Sant Llorenç Savall. Es aquí donde se instala tradicionalmente el avituallamiento que marca el ecuador de la prueba. Y es aquí también donde se producen la mayoría de abandonos, bien entrada la noche.
La segunda parte del recorrido depara algunos lugares que se convierten en calvario, como salvar la sierra de l’Obac o la traca final, el camino de ascenso al Monasterio de Montserrat desde Monistrol. Este es el punto donde se concentra más sufrimiento: al cansancio se le unen 3,5 kilómetros de sendero removido, de arena y piedra con un inacabable tramo final de escaleras de cemento. Hay que hacerlo para sentirlo. Aun así, el participante espera este momento: es consciente del calvario final y de que los minutos caen aquí como una irremediable cascada. La recompensa, una vez finalizada la ruta, la obtiene con un simple giro de cabeza: la mirada hacia el Montseny lo dice todo.
Eliseu T. Climent