10-10-2024

RESCATES EN MONTAÑA: UNA REFLEXIÓN

Va acabando otro verano y, como suele ser habitual, el tema de los rescates ha sido (y es) una vez más, motivo de debate. Con opiniones vertidas a veces por gente con criterio y, a menudo, por gente sin la más mínima posibilidad de formarse una opinión coherente. Nada nuevo cuando hablamos de un tema que trasciende al mundo “generalista”.

LA CAJA DE PANDORA

A la montaña va mucha más gente que “antes”. Una evidencia en una sociedad que habita mayoritariamente en ciudades y entre la que se promueve la actividad física y el turismo. Todo ello, no nos engañemos, por cuestiones puramente económicas: una sociedad activa y sana genera menos gasto sanitario y si, además, genera negocio pues mejor para todos. Hasta ahí todo bien, no hay nada ni bueno ni malo per se en este planteamiento.

Pero ¡Cuidado! A veces esta práctica sana genera problemas, y en una sociedad binaria, si ya no es totalmente bueno pasa a ser malo.

La montaña exige respeto y conocimiento, y eso a menudo no lo sabe aquel que no ha tenido la suerte de educarse en el mundo de la montaña. La función de las administraciones debería ser buscar la forma de educar e informar a ese grueso de posibles practicantes de deportes de montaña en lugar de rasgarse las vestiduras y prohibir todo lo que no les viene bien. Y ahí entran también las federaciones, en este caso de montaña que, como la asturiana, sólo son capaces de apuntarse a la limitación y la prohibición o al pago de tasas (eso da una idea de que es y para qué sirve una federación…) o a la modificación del entorno con barandillas, señales y demás, cuando hay otras posibilidades vinculadas a la información y a la educación.

Podría haber sido cualquier otra, pero este verano ha sido la Ruta del Cares la que ha estado en el ojo del huracán. Una ruta senderista, que no tiene más problema para cualquiera que tenga una mínima experiencia en montaña (o una pizca de sentido común) que, ante una cantidad de rescates valorada como excesiva, ha visto propuestas que van desde la limitación a, como no, el pago de una tasa.

El primer factor es esa valoración de “excesiva” en cuanto a la cantidad de rescates: un solo rescate, según como se mire, ya es excesivo.

Lo que está claro es que, si va más gente habrá más incidentes. Si esos incidentes se deben a “imprudencias” habría que buscar la forma de informar y controlar en qué condiciones un usuario inexperto puede acceder: hay muchas maneras de hacerlo sin tener que prohibir, pero eso implica pensar, trabajar e invertir dinero. Un dinero que, curiosamente, sólo aparece para “otras cosas”.

Otro tema es el factor “imprudencia”, que muchas veces es más que relativo. Y eso en una federación de montaña deberían saberlo más que nadie. Ellos que promocionan y premian imprudencias constantemente; porque eso es, por ejemplo, una gran ascensión alpina: una imprudencia que, simplemente, sale bien. La historia del alpinismo se ha construido a base de esas “imprudencias” de las cuales, además, todos hemos aprendido. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

La necesidad de ciertos rescates es otro factor puesto en duda. Pero si alguien consulta a cualquier miembro de un cuerpo de rescate (no de los de despacho; de los de verdad) en seguida entenderá que aquel que ha llamado a emergencias habitualmente lo hace porque se ve en una situación que desde su punto de vista es límite (es obvio que siempre hay excepciones). Aunque esté cerca del coche (habitualmente sin saberlo). La percepción de riesgo es subjetiva y está ligada a la experiencia, eso nos lleva, una vez más, a la necesidad de formar e informar que comentábamos antes.

La función de los cuerpos de rescate es rescatar.

Otro tema es la observación de que “los miembros de los cuerpos de rescate se juegan la vida”. Una verdad inherente a la actividad que todos conocen cuando acceden, de forma voluntaria, a este trabajo. Su función es rescatar, no evitar rescates, eso es tarea de la administración, que debe además organizar y entrenar esos cuerpos de rescate, financiarlos, equiparlos y procurar que trabajen con la máxima seguridad. Buscar fórmulas para minimizar la cantidad de rescates es otro tema; y aquí entra la educación.

Y, finalmente, nos gustaría dedicar un razonamiento a todos esos que, ante un rescate supuestamente por “imprudencia” – insistimos: sea lo que eso sea – exigen el cobro de los gastos. La sociedad paga impuestos para que unos nos cubramos a los otros, para ayudarnos. Exigir el pago de los rescates es abrir la Caja de Pandora, porque luego podemos negarnos a cubrir el tratamiento para la dolencia cardíaca de alguien que se ha pasado la vida sentado en un sofá comiendo grasa (y exigiendo cobrar los rescates), o podemos negarnos a cubrir el tratamiento de cualquier enfermedad con un origen claro por indolencia o dejadez. Algo que nos parece obvio que es una burrada y que muchos de nosotros nunca nos plantearíamos, por inhumano entre otras cosas.

Preferimos utilizar parte de nuestros impuestos en subsanar las incidencias que la vida nos depara.

Sea cual sea su origen.

Texto y Fotografías: Quim Farrero

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